Acecho
- Abril Bibi
- 30 jul 2019
- 2 Min. de lectura
Un lobo acechándome en el pasillo.
Clavo mi atención en su presencia
ignoro lo que siente
pero adivino lo que piensa.
Tú,
vístete de ti,
cubre tu alma vulnerable
de pelaje antibalas.
Escondela.
Deja tu desnudez
al abrazo de la noche,
a los aullidos de deseo,
a las garras en la espalda;
o a mis sueños.
Desvírgame el alma con la mirada,
pupila con pupila,
lluvia de intenciones
y de ganas.
Dejame empaparme de tu risa
y jugar a imaginarte besando mi cuerpo,
como juegas tu conmigo
y tus fauces de lobo embaucador.
Jugar a no mirarte
o a hacerlo demasiado
ponerme nerviosa;
jugar a aparentar indiferencia,
perder el juego.
Sonreir sin quererlo,
pensar en secreto
y con la frecuencia del tic tac
en ti,
en tu sonrisa al vencerme
al saber que me tienes.
Aunque yo me resista
aunque lo intente evitar,
me acechas despierta y dormida
me rondas como a una presa
a la que no puedes besar
cuando otros ojos miran.
Y te espero
y me tientas,
y te tiento
y me acechas.
Y te busco en la soledad de un escondite
hipócrita y conocido,
esperando
que vengas
y me comas la boca
con las ganas de reserva,
para luego disfrazarnos de indiferencia
mientras ardemos.
Tu
y
yo
tenemos un problema.
A ti te gusta lo directo,
lo claro,
me besas la yugular sin rodeos
y yo me entretengo
entre tus ojos hambrientos
y la poesía que escribiría en tus labios,
mientras solo puedo resistirme
y observarte.
Cuando soy yo la que acecha.
Joder me tienes.
No quiero escribir algo tan sencillo,
pero es que ahora mismo
lo único que tengo claro
es que quiero perderme contigo,
y ya que estamos, en ti.
He caído en la trampa del lobo,
no me han servido los cuentos de hadas,
ni la terrible imagen de los licántropos rabiosos...
sus advertencias tampoco.
Has acabado ocupando cada noche
y cada espacio en blanco
con la ilusión de
tus garras erizando mi piel,
tus fauces devorandome entera,
tus ojos rogandome arder, pero juntas.
Y no se que pesa mas,
si la espera por desnudarnos de todo
en una misma cama,
o el lobo imaginario
que me sigue siempre a tientas,
acariciando fantasmagórico
seso y cadera,
espalda y pulmón;
cuando no puede hacerlo
con sus dedos cautelosos
por mi pierna.
Y entonces
Me doy cuenta:
Soy
girasol en boca de lobo,
pétalos amarillos
entre fauces
de sonrisa afilada.
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